Por Oscar Díaz Salazar
Le brotó el alma de prefecta (que no perfecta), prefecta del CONALEP, la posición más encumbrada que tuvo la diputada Ursula Salazar, antes de la llegada de su tío, – que la negó tres veces – a residir y despachar en el Palacio Nacional.
La diputada presidenta de la Junta de Gobierno, organismo de reciente invención, creado para entregar la Junta de Coordinación Política en calidad de despojo o simple membrete a los panistas, sin entregar el billete ni el power, Ursula Salazar, presentó una iniciativa para reglamentar la asistencia, la puntualidad, la permanencia y el buen comportamiento de los integrantes del Congreso del Estado.
Como si no existieran tantas cosas urgentes y/o importantes, la diputada prefecta se ocupa de imponer el orden entre sus pares, a la manera de los prefectos de escuela.
No me sorprendería ver a su esposo, el diputado consorte, despachando en la cafetería del Congreso, y vendiendo los uniformes al personal de la Cámara. Desde luego que el manejo de las compras y de las cuentas, así como de las inscripciones, lo lleva el Pastor del Congreso, con la misma eficiencia y honestidad que los distinguió a su paso por el Conalep.
Es inútil comentarle a la prefecta que el Código Municipal requiere de reformas de gran calado, tal vez de la creación de otra ley orgánica de los gobiernos municipales o hacerle ver que la ley de protección civil requiere de un rescate pues no ayuda a prevenir accidentes como los que se han presentado en los últimos meses.
En fin, no queda más que recordar que la cabra jala pa’l monte y que no es racional pedirle peras al olmo.
La prefecta del Conalep, ya llegó a su tope, ya nos mostró su nivel de incompetencia, por cierto, muy rabón, muy bajito.